domingo, 23 de abril de 2017

El Rococó en España


En el siglo XVIII, el barroco español camina hacia un estilo mucho más ornamentado. La escultura, la pintura y la talla se funden con la arquitectura, en ocasiones para animar los clásicos esquemas arquitectónicos que continúan vigentes en plantas y alzados. Frente a los exteriores, por lo general austeros, se crean interiores vibrantes. Este barroco tardío -que emplea con profusión motivos ornamentales como la hoja de acanto, de raíz clásica- comienza a impregnarse en la década de 1730 de la influencia del Rococó francés, ejemplarizada fundamentalmente en la difusión de un nuevo motivo ornamental: la rocalla (del francés rocaille), consistente en complicados juegos de "C" y "S" que generan formas asimétricas y que también recuerdan a formas marinas. La rocalla comenzó a conocerse en España a través de tres vías fundamentales: su difusión a través de los pattern books o libros de patrones, la importación de mobiliario y otras artes decorativas de Europa y su directa traída de mano de arquitectos foráneos, caso del portugués Cayetano de Acosta.
De este modo, para el caso español es difícil hablar de la existencia de un rococó puro sino, más bien, de un barroco tardío que toma prestados elementos del rococó francés. La genérica denominación de rococó para el arte español del siglo XVIII obedece a una trasnochada tendencia de considerar el rococó como la lógica evolución del barroco. Hay que tener en cuenta que el estilo nace en Francia, país en el que el arte del siglo precedente, conocido como el Grand Siécle, fue sustancialmente diverso al caso hispano, por su carácter más clasicista. Por tanto, el estilo nace más como reacción que como evolución del XVII francés. Por otra parte, el rococó es un arte eminentemente burgués y profano, difícilmente conciliable al arte religioso, el más abundante del barroco español. A esta tradicional confusión terminológica ha contribuido la presencia en el XVIII español de arquitectos italianos y soluciones traídas del barroco italiano (más movido en planta), ajenas al rococó pero confundidas con éste.


PINTURA
Pueden considerarse pintores de transición, pero ya con una atmósfera y una delicadeza cromática que anuncia la nueva sensibilidad rococó que estaba empezando a triunfar en Roma, Nápoles y Venecia, algunas de las obras de Miguel Jacinto Meléndez (1675-1734) o los jóvenes pintores de cámara Juan Bautista Peña (1710-1773) y, de forma más acusada, el aragonés Pablo Pernicharo (1705-1760), quienes, pensionados en Roma y discípulos de Agostino Masucci, muestran en sus obras de 1740 una simbiosis entre lo barroco académico y lo rococó.
Gaya Nuño, en un artículo de 1970,1 estimaba que la corriente rococó había tenido poca aceptación en España a causa del estorbo que le había hecho el último barroco español, genuina creación nacional a diferencia del importado rococó. En el, a su entender, escaso rococó español, la pintura se había desarrollado paradójicamente en pleno reinado de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y se había manifestado de forma reducida y desdibujada en los cartones para tapices de Goya, de Francisco y Ramón Bayeu o de José del Castillo, y especialmente en un extraordinario pintor rococó, Luis Paret y Alcázar. Una década después Jesús Urrea esbozó una Introducción a la pintura rococó en España y defendía la existencia de tal corriente pictórica y daba algunas de las líneas de estudio e interpretación de la misma.
Las aportaciones y realizaciones de los pintores españoles formados en Italia en el ambiente de la renovación barroco académica y rococó (Hipólito Rovira (1693-1765), José Luzán Martínez (1710-1785) y Antonio González Velázquez (1723-1793)
La presencia de grandes pintores italianos en la corte de Madrid mediada la centuria (Michel-Ange Houasse, Bartolomeo Rusca, Jacopo Amigoni, Corrado Giaquinto, Giovanni Battista Tiépolo), con sus vastas realizaciones decorativas y sus enseñanzas en el reinado de Fernando VI y en la primera etapa del de Carlos III.
Como pintores españoles del siglo XVIII, cercanos al Rococó pero de tendencia academicista, destacan Luis Meléndez y Luis Paret; también el italiano Giovanni Battista Tiepolo, que trabajó en España junto a Mengs.
Discípulo de José Luzán y luego de Corrado Giaquinto es el aragonés Juan Ramírez de Arellano (1725-1782), quien se muestra fuertemente influido por el último, pero dejó la pintura por la música. Pintor más joven que luego pasaría a la órbita de Mengs y se formó en el rococó fue el valenciano Mariano Salvador Maella; dentro de la estética rococó, pero al margen del ambiente creado por Giaquinto, se mueven en España dos pintores franceses llegados en momentos distintos; el primero fue Charles-Joseph Flipart (1721-1797), un pintor y grabador que vino a España en 1748 acompañando a su maestro Jacopo Amigoni y fue pintor de cámara en 1753; el otro fue Charles-François de la Traverse (1726-1787), que estuvo en Madrid acompañando al embajador de Francia marqués de Ossun y decidió quedarse; fue discípulo de Boucher, había residido en Roma pensionado y fue maestro de Luis Paret.
También cabe destacar la obra pictórica de Antonio Viladomat y de Francesc Tramulles Roig, discípulo del anterior y menos conocido debido al carácter efímero de su obra. Francesc Pla, conocido como «el Vigatà», mostró una leve influencia del Rococó en las pinturas del Palacio Moja de Barcelona, si bien el resto de su obra hay que ubicarla dentro de un lenguaje barroco. Otros pintores de esta tendencia fueron los hermanos de Antonio, Luis González Velázquez (1715-1763) y Alejandro González Velázquez (1719-1772), el madrileño de ascendencia aragonesa y discípulo de Giaquinto José del Castillo (1737-1793); el aragonés Juan Ramírez de Arellano (1725-1782) y el valenciano José Camarón y Boronat (1731-1803). En Sevilla el rococó se contagia del influjo murillesco en la obra de Juan de Espinal (1714-1783).

ARQUITECTURA
Fachada del Palacio del marqués de Dos Aguas, en Valencia.
En el ambiente cortesano de Madrid encontramos los más hermosos ejemplos del Rococó español. En el Palacio Real de Madrid, mandado construir por Felipe V en 1738, se halla el soberbio Salón de Gasparini y el Salón de Porcelana. En el mismo palacio encontramos el Salón del Trono, un impresionante conjunto con muchos ejemplos de mobiliario rococó como los doce espejos monumentales acompañados de sus correspondientes consolas y el trono real. En Aranjuez, también en Madrid, encontramos una pieza única en el Salón de Porcelana del Palacio Real, verdadera joya profusamente decorada en tiempos de Carlos III con motivos chinescos muy del gusto por lo orientalizante y exótico del Rococó. También en la capital de España se encuentran algunos templos que acusan la influencia del Rococó, como la basílica de San Miguel, trazada por el arquitecto italiano Santiago Bonavia en 1739.
En Valencia destaca el Palacio del marqués de Dos Aguas (1740–1744), con fachada diseñada por el pintor y grabador Hipólito Rovira y ejecutada por Ignacio Vergara y Luis Domingo, sin duda uno de los edificios claves del Rococó español.
Respecto a la arquitectura de retablos, algunos de los retablistas que se dejaron seducir por la rocalla fueron Narciso Tomé y Cayetano de Acosta, siempre trabajando bajo una tipología tan característica del Barroco español como es el retablo.

ESCULTURA
Partiendo de la escultura posbarroca de inspiración nacional conocida como churrigueresca por los escultores José Benito Churriguera y sus hermanos Joaquín y Alberto, hay que mencionar la importancia que la estética rococó alcanzó en las artes decorativas y en el lujoso y suntuoso mobiliario de espejos monumentales y salones de porcelana como los que hay en los Palacios Reales de Madrid y Aranjuez. En cuanto a la talla en madera destaca el murciano Francisco Salzillo, inspirado en las formas delicadas del Rococó y famoso por sus belenes italianizantes; también puede incluirse a Francisco Hurtado Izquierdo, asimismo arquitecto del Churrigueresco. Por otra parte, la mayor concentración de escultura rococó en España se da en Segovia, en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, donde destacan las escenas mitológicas. También, en Madrid, la fuente de Neptuno y de Cibeles, ambas fruto de la colaboración de varios talentos.

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